alcanzaba con que me escondiese un poco,
nadie podía oírme,
sin embargo yo estaba ahí,
en el esquinero,
junto a tus frascos,
viendo el trapeo de las anclas,
nadie podía verme,
aunque yo estaba ahí,
enfocando el manoteo del recién ahogado,
nadie podía olerme,
aunque yo estaba ahí,
abriendo los ojos
empuñando el látigo.
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